Ardimos (intermezzo de no ficción)
Este hombre tenía 83 años y su salud (dejaban constancia análisis hechos pocos días antes de su muerte, aunque no nos fiemos demasiado de la medicina occidental) era mejor que la que seguramente poseo en una vida de excesos silenciosos. El hombre murió por una caída. Un accidente doméstico, si preferimos el lugar común de la crónica informativa. Y uno, que espera tener una muerte por lo menos carismática, no puede concebir un traspié fatal. Días antes, se había muerto Eduardo Darnauchans y ese mismo día (como si un fantasma sin boca quisiera decirnos algo) también moría en Francia el filósofo Jean Baudrillard. Cuando me enteré de su muerte lo lamenté diciéndome a mí misma: “una pena, una cabeza menos pensado sobre el mundo” . Duelen esas muertes, aunque sean lejanas y no familiares. Duele enterrar cerebros que reflexionaron al mundo de forma sensata. Una vez, escuchando el desaparecido programa de radio “Planetario” alguien hablaba del incendio de la biblioteca de Alejandría. En ese momento, mientras fumaba un cigarro viendo pasar la noche boca arriba, pensé en misiles y en cómo estos lo primero que destruyen cuando una cultura quiere imponerse sobre otra son las bibliotecas, o en casos más arcaicos, centros acumulativos de algún tipo de saber. Pensé entonces en Bagdad. Pensé que “Las mil y una noches” libros que como saben aprecio, ardió entre millones de hojas, personajes, teorías y palabras. En ese incendio también se murió algo, pero supongo que la destrucción de una biblioteca milenaria no es una noticia gorda para el informativo central como lo es que Winona Ryder haya querido ser cleptómana por un día. En fin, hoy me voy pensando en fuego y en cerebros six feet under.