Escrito en la ventanilla

V:-“¿No es curioso cómo la vida deviene en melodrama? Lo es todo, la perfecta entrada, la gran ilusión, lo es todo, y voy a armar un buen espectáculo. Verás, han olvidado el drama, abandonaron sus textos, cuando el mundo se marchitó bajo las candilejas nucleares. Voy a recordárselo. El melodrama. Los folletines y los seriales. Verás, el mundo entero es un escenario y todo lo demás... es vodevil”

19 diciembre 2005

A Pat Morita (que no es una marca de televisores).

“Para aprender a golpear
primero hay que aprender equilibrio”


Es más o menos como el Chavo. No hay una generación específica que tenga la potestad de hablar sobre él. No es necesario tener canal Retro para que una persona sub 25 se entere de quién fue Pat Morita, como sí sucede con personajes como Maxwell Smart o algún otro de esos que se ganan el atrio de la simpatía por ostentar un status de “soy cool porque alguna vez intenté serlo”.

Alguna vez hubo una Karate Kid, luego otra, después otra y hasta una cuarta con protagonista femenina practicando un papel de boy don’t cry.
El señor Miyagi sobrevivió a esas cuatro producciones (el adjetivo “súper” lo dejamos para los héroes porque Miyagi nunca fue uno). Tampoco Daniel Sam fue un héroe, pero bueno, bien sabemos que siempre se llevó los méritos en el happy end.

Pat Morita murió, no sé si de viejo o por un achaque de la edad. No soy fan de Karate Kid pero las vi todas y más de una vez. Me acuerdo de haber visto la primera una tarde lluviosa de un veinticinco de diciembre de algún anquilosado año. Mi hermano estaba con un amigo (que años después tendría que irse del país por alguna irregularidad delictiva) y me acuerdo que ejercieron su régimen-zapping-dictatorial en una época en la que el privilegio de tener un buen cable consistía en que no se te enredase el rulo del teléfono.

Así fue como conocí al señor Miyagi. Así fue como me enojé observando cómo Daniel Sam se sometía a aquel severo tutelaje (Pai Mei no lo hubiera hecho mejor). De todos modos al final de la peli todos contentos: aquel protagonista debilucho se salía con la suya mientras Miyagi miraba, desde un rincón, con aquella mirada inmortal que sólo los sabios japoneses de ficción pueden tener.

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