Escrito en la ventanilla

V:-“¿No es curioso cómo la vida deviene en melodrama? Lo es todo, la perfecta entrada, la gran ilusión, lo es todo, y voy a armar un buen espectáculo. Verás, han olvidado el drama, abandonaron sus textos, cuando el mundo se marchitó bajo las candilejas nucleares. Voy a recordárselo. El melodrama. Los folletines y los seriales. Verás, el mundo entero es un escenario y todo lo demás... es vodevil”

01 setiembre 2008

It’s time to go away. (El adiós)

Hace un poco más de tres años vi Eterno resplandor de una mente sin recuerdos y en aquel momento pensé que si alguna vez necesitaba esconderme cobardemente tras un seudónimo ése sería Clementina. Hace un poco más de tres años, había maní japonés sobre la mesa del comedor y desde el escritorio yo intentaba escribir las líneas de lo que sería “Juguete Rabioso”, aquel lejano primer post. Y así fue como empezó todo esto. Hace tres años la palabra blog no figuraba en la tv, y por supuesto tampoco todas sus variantes de faunas inclasificables incluso para la fiebre taxonómica actual. En aquel momento el decir que tenías un blog iba acompañado de una explicación de qué era un blog. Hoy todos lo sabemos y en ocasiones nos avergonzamos en secreto.

En un principio los posteos fueron auto referenciales, es decir, todavía no lograba adaptarme a la libertad del anonimato ni al medio, por lo que trataba de contar tales vivencias al respecto. Hasta que más tarde Escrito en la ventanilla fue transformándose en una pequeña e ignota vidriera de impresiones de lo que en aquella época (es que de verdad siento que pasó mucho tiempo) causaba algún tipo de conmoción en mi perspectiva impulsándome a tratar de darle a eso una forma letrada y virtual.

Abrí Escrito en la ventanilla a fuerza de insistencia. Porque en aquel entonces alguien consideraba que yo debía tener un medio para desarrollar alguna que otra idea. Así fue como ese alguien, “el emisario”, quien traspasó la frontera de los nombres como la persona más importante de mi vida (y ya sabemos como son las cosas importantes), no solo armó el blog sino que le puso el título que hoy tiene. Traigo para ilustrar desde el segundo posteo el breve párrafo que da una explicación a tal detalle: Una vez hace mucho, probaba un cassette en un grabador de mano. La verdad es que siempre me intimidó inmortalizar la voz en algún sitio y más si se trata de palabras improvisadas. Entonces tomé un libro de Bukowski y grabé las primeras líneas de un relato. “Escrito en la ventanilla”. Cuarta frase antes del punto. “Peso neto cuatro onzas” no hubiera estado tan mal.

Un día el blog cumplió un año y para celebrar con los cinco o seis lectores que por aquel momento comentaban publiqué, luego de “There she goes again”, el primer relato. Se trataba de “Decididamente suave”, un cuento sobre apartamentos viejos, espuma de afeitar y marquesinas. Y con “Decididamente suave” el blog no sólo se perfiló hacia un camino de intento de relato breve, sino que con él comenzaron a aparecer más lectores que se animaban a comentar. Y eso en un primer momento estuvo bueno, porque sentí que por lo menos mis palabras tenían algún tipo de receptividad, pero luego me di cuenta de que de cincuenta comentarios muy, muy poquitos, realmente exponían algún rastro de lucidez. Entonces la expectativa de la cantidad de comments, mutó en corroborar si esos mismos poquitos de siempre seguían ahí.

No faltó por supuesto el comentador anónimo que se encapricha con un blog e intenta sembrar algún tipo de polémica. Escrito lo tuvo, un sujeto que se hacía llamar Antonio y que le dio al blog su minuto de cumbre más bizarra. Y los relatos de Clementina fueron saliéndose de ella, trayendo a un primer plano las historias, que se revelaban gradualmente, como esos hologramas que hay que mirar fijo y que duran muy poco. Creo todavía en aquella eterna máxima de Wilde: revelar el arte y ocultar al artista es la finalidad del arte. Clementina no es una artista, por supuesto que no, pero supongo que tal máxima es un tiro libre que pega en el palo de esto que estoy tratando de moldear.
Y un día alumnos de una universidad en México me dicen que un profesor está dando en clase los relatos de Clementina. Gracias por eso Migueleos. Ese detalle excedió mi capacidad de asombro. Y en Buenos Aires un día suena un teléfono y Clementina conoce a D y se regalan una noche sobre el empedrado de San Telmo. Y otro día, alguien se toma un barco desde otro país para conocer a Clementina, y Clementina conoce a Mayfly y ambos tienen la certeza de que la locura nunca tuvo maestro y que Perfect day va a brillar para siempre en la repisa del apartamento que mira al jardín de las avenidas que se bifurcan.

Escrito en la ventanilla fue una experiencia motivante. Con o sin la certeza del lector cómplice, intenté dar formato de cuento a algunas ideas que de pronto se me ocurrían. Y ese mecanismo de alguna manera performó un estilo de observación y plasmación, obturando mis varias percepciones y ejercitando la técnica que fue para mí la más difícil de lograr: el relato de simplicidad densa.

“Lo que sé: no siempre soy lo que quiero. De ahí la importancia del disfraz. El disfraz es la verdadera intención. La verdadera voluntad. El disfraz obliga”.

Hoy, primero de setiembre, decido que Escrito en la ventanilla y Clementina deben morir en primavera. Así es como esto llega a su fin. Guardo en el ropero mi traje de mendigo y los zapatos de estrella.

Now if I was an actor or a dancer who was glamorous
then you know an amorous life would soon be mine
but now the tinsel light of starbreak
is all that left to applaud my heartbreak.
It’s time to say goodbye.


Ha sido todo un placer.

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07 agosto 2008

Ella era tan encantadora

La primera y única Barbie que tuve en mi niñez me la regaló una vecina. Recuerdo que esperé con impaciencia su viaje de ida y vuelta a Australia. Un mes estuvo allá. Mi vecina sabía que si había algo que yo deseaba era una muñeca cuya masa corporal pesara un poco más que el plástico etéreo de mis muñecas de acción habituales. Mi amigas tampoco tenían Barbies por lo tanto nuestro universo lúdico consistía en acostumbrarse a la idea de la rigidez absoluta, porque si hay algo que caracteriza a una muñeca de acción es la total incapacidad de articulación que tienen sus miembros. Nuestras madres, casi solidarizándose con la causa pero sin descuidar el presupuesto familiar que obviamente no incluía visitas a Juguetería del Plata -“la súper juguetería-”, eventualmente querían solucionar el problema de nuestras duras muñecas y nos regalaban otras que nosotras considerábamos aún peores que las que ya teníamos. Eran como una especie de cuerpo cuyas articulaciones se encastraban en pequeños tornillos visibles que permitían una cierta movilidad. Está bien, solucionábamos ese detalle con las nuevas muñecas, ahora podíamos sentarlas en las pequeñas sillitas y sus pantorrillas quedaban perpendicular al suelo y no paralelas a él como antes. Pero lo cierto es que los tornillos de las sustitutas nos alejaban por completo de contexto delicado que queríamos construir para ellas, acercándonos más a la trastienda de un taller mecánico. Un día llegué tarde a la casa de mis amigas y como no había llevado mis propias muñecas me tocó jugar con la suplente. Una que nadie quería, una que siempre quedaba relegada en el reparto inicial de posesiones y roles. A la infortunada le faltaban los brazos. Tiempo después me enteraría que el hermano mayor de mi amiga se los había extirpado en un acto impune de hermano mayor.
El arribo de la Barbie australiana fue una alegría individual pero un problema colectivo. Porque mis amigas pronto empezaron a mirarla con resentimiento y creo que hasta la muñeca sin brazos llegó a sentirse amedrentada frente a la majestuosidad de la extranjera recién llegada. Un día percibí que mis amigas ya no querían jugar, hecho que me hizo reflexionar al menos el rato que duró la merienda de esa tarde. Al otro día aparecí ante mis amistades con mis antiguas muñecas baratas. “¿Y la otra?” me preguntaron intrigadas. “Se volvió a Australia” contesté, mientras la imaginaba adentro de su caja, a oscuras, en el último cajón de mi mesa de luz.

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14 julio 2008

He shot me down

Volví a brillar. Estoy entre sus manos otra vez. Me gusta como me toca y puedo sentir aunque parezca improbable, que tiene experiencia con las de mi tipo. Me gusta, aunque sé que me va a usar una vez más sin preguntar si estoy o no de acuerdo. Hace unas semanas me subió al auto y me tiró sobre el asiento del acompañante. Desde la ventanilla abierta el viento entraba y me enfriaba de a poco. Y él manejaba muy rápido, dejando atrás a los insectos luminosos de la carretera, y de vez en cuando me miraba y aquellos ojos solo podían hablarme de algo parecido al amor o al miedo. Luego estacionó en algún lugar. Abrió la puerta del auto y me agarró. Sentí su aliento en mí, desesperado. Luego, como un péndulo imposible me dejó colgando entre sus dedos y violentamente me refregó su ropa. Nada quedaba ya de él en mi, cuando escuché desde debajo de la tierra donde me había enterrado, el ruido del motor que se alejaba. No tardó en regresar a buscarme. Todos tenemos miedo de dejar nuestras huellas a la intemperie, incluso yo. Volvió a encontrarme. Volví a sus manos. Abrió la puerta del auto y me guardó en al guantera aún sabiendo lo mucho que me molesta ese lugar común. Desde ahí y con el auto en marcha lo escuché hablar por teléfono con alguien. Repitió una dirección al menos dos veces y luego cortó. Un rato después estacionó y antes de bajar me dio un beso de suerte que lejos estaba de una despedida. Dejó el auto prendido, esperándonos. En la farmacia todos miraban con temor mi radiante plateado entre sus manos de pulso desafiante. Unos minutos después el auto volvía a arrancar. Desde el asiento del acompañante le dije: “esta noche no tengo ganas de matar a nadie”. “No puedo prometerte eso” respondió, mientras volvía a esconderme, una vez más, en ese lugar encantador que queda entre el bajo de su espalda y el borde de su pantalón.

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16 junio 2008

Museo

En la puerta del museo oceanográfico siempre hace frío. Es como si en ese punto de la cuidad el viento decidiera no rendirse nunca. Muchas veces me refugié entre las inmensas columnas que lo sostienen y fui, por momentos, una solitaria reina de ajedrez sobre baldosas en blanco y negro. La estructura, que parece haber sido construida por algún excéntrico capricho, se levanta en medio de la calle justo entre lo que alguna vez se llamó “la curva de la muerte” y el cementerio del Buceo. Lo curioso es que la modesta majestuosidad del edificio se disipa al entrar. Adentro los pasillos devuelven un eco de mar muerto que rebota en los grandes ojos de peces disecados. Entonces la presencia del océano se vuelve inverosímil tras recipientes de cristal que contienen latidos de cartón. En el museo oceanográfico los niños juegan a las escondidas y los funcionarios van detrás de ellos barriendo risas y envoltorios de caramelos. Las maestras miran la hora porque ya conocen a los bichos de memoria, mientras que otras personas piensan a dónde van a ir cuando se apague la penúltima luz. Salgo con una de ellas. Vamos dejando atrás los pasos que se traga el eco del museo y una vez afuera miramos el agua. Me despide con un gesto y lo veo cruzar la curva rumbo a las rocas. Con la bufanda cubro la mitad de mi cara y miro mis manos que ya están muy frías. Cruzo la curva y me siento cerca de él. “¿Te gustan los peces?” me pregunta. Antes de contestar le ofrezco un cigarro y prendo uno pensando en los latidos de cartón. “Estos no”, respondo. Un rato después el sol comienza a ocultarse justo detrás de la torre del museo como en un atardecer de cuento fantástico. Ya casi no hay luz cuando al alejarme me doy vuelta y veo su espalda.

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13 mayo 2008

Te gusta estar intrigante, bueno, eso es importante.

Al principio no me di cuenta. El hecho de la vidriera sobrevino algunos meses después. Cuando lo vi por primera vez algo inquietante en él me llamó la atención. Estaba recostado contra una pared, iluminado intermitentemente por un foco desatendido del centro de la cuidad. Fumaba en ese momento, y su pose me hizo pensar en íconos en blanco y negro de los años cincuenta. Lo miré fijo durante algunos segundos y luego me perdí entre la gente. La relación comenzó un poco después. Algo en sus ojos me hacía pensar en la posibilidad de un inminente final, pero sin embargo sus palabras, fieles intentos de correspondencia, contrarrestaban de algún modo mi impresión. Un día empecé a advertir que los espejos ejercían en él una influencia considerable. Mi protagonismo de mujercita prodigando encantos comenzó a desvanecerse a la par de su propia imagen. En un primer momento, y tratando de generar en torno al hecho una cierta comicidad que desmitificara su insipiente narcisismo, empecé a llamarlo Dorian. Claro que automáticamente me convertí en la Sybil de un teatro en ruinas. Fue una mañana, al despertarnos, cuando advertí su primera transformación. Exhibían sus ojos la rigidez de un pájaro sin alas, con un brillo especial que solo podía remitirme a mis antiguos muñecos de la niñez. Su piel, antes pálida y opaca, de apoco fue adquiriendo un brillo plastificado y sus extremidades fueron perdiendo su articulación natural. Su casa la había convertido en una habitación de espejos, laberintos que le devolvían a cada paso el nuevo cuerpo en que se había convertido. Un día me fui y no quise volver. Pero regresé mucho tiempo después y él ya no estaba. Los espejos tampoco. Ayer lo volví a ver. Detrás de una vidriera, inmóvil y brillante, casi como una réplica sin aura de James Dean. Me acerqué para verlo de cerca. De su ropa colgaban cartelitos. Cada uno tenía un precio.

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04 abril 2008

Un hombre puede llorar

Me contaron de un hombre que no conocía sus propias lágrimas. Sabía que en muchos momentos tuvo ganas, pero jamás tuvo la posibilidad de experimentar la sensación física y visible que provoca todo llanto. Nació con un problema en los lagrimales, aspecto no menor que determinaría luego algunas cuestiones significativas de su vida. Un día conocí al hombre sin lágrimas. Tenía los ojos azules, y tan secos como un mar de collage hecho por un niño. Y el hombre sin lágrimas resultó ser un hombre triste. De esos que no necesitan expresar ningún tipo de penas, sino que las exhiben sin saberlo, como quien lleva un papel burlón pegado en la espalda. Creo que nunca supo que llegué a intuir su tristeza. Un día llegó a contarme que una novia lo había dejado argumentando que su ausencia de llanto era una excusa. Me dijo que la quería de verdad, pero como ni siquiera pudo llorar en el momento de la despedida, lo único que obtuvo de ella fue algún que otro insulto y un “no te quiero ver nunca más” más grande que su resignación. Me dijo que cuando la vio alejarse desde la puerta de su casa hacia la esquina supo que estaba llorando su llanto invisible. Se sentía tan mal que se tocó la cara con la esperanza de sentirla húmeda. Pero no. Sus pestañas seguían ahí, tan secas e inmutables como siempre. Una noche nos encontramos y era yo la que en esa ocasión estaba triste. Recuerdo que lo abracé y le dediqué a su hombro un llanto profundo, de esos con ruidito. Cuando nos separamos mi cara rozó la suya y mi pelo y mis lágrimas se quedaron enredados en su barba insipiente y áspera. Mientras yo buscaba un pañuelo para limpiar la escena del crimen, él solo me miró y me dijo: “es la primera vez que les siento el gusto”. Entendí que era un momento importante, así que no dudé en convidarle todas las lágrimas que me pidió.

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22 marzo 2008

Mil

Las páginas en blanco no son gran cosa cuando es sábado a la noche. Porque ya pasó el viernes por la noche y todos ya hemos mentido bien. Si, ya disparamos. Ahora pensamos en el escritor que antes que nosotros ha dicho algo lo mejor que pudo. El sábado sólo nos mira desde el pavimento de la calle. Y los caballos anacrónicos que pasan por ella aplastando metales contra el suelo, también nos miran. Desde afuera se ve la página en blanco. Y se ven los ojos tristes de un sábado de noche sin ofrendas y del niño que se cree mago jugándonos trucos que todos conocemos. Todos aplaudimos al niño con la sola intención de hacerlo sentir bien. Porque sabemos lo mal que se siente que todos conozcan nuestros trucos. Es sábado a la noche. Y da lo mismo esto que mil páginas más, todas en blanco.

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