Escrito en la ventanilla

V:-“¿No es curioso cómo la vida deviene en melodrama? Lo es todo, la perfecta entrada, la gran ilusión, lo es todo, y voy a armar un buen espectáculo. Verás, han olvidado el drama, abandonaron sus textos, cuando el mundo se marchitó bajo las candilejas nucleares. Voy a recordárselo. El melodrama. Los folletines y los seriales. Verás, el mundo entero es un escenario y todo lo demás... es vodevil”

28 febrero 2007

Crujir

Pura insistencia. Eso es lo que me trajo hasta aquí. Apenas entro tengo una sensación de equivocación que se acentúa luego de atravesar el comedor. Dice que me siente mientras va a buscar algo en el cuarto de arriba. De pronto estoy sola sentada en una silla en medio de una cocina con insistentes azulejos azules. Nunca me gustó ese color en las paredes. Me hacen pensar en que el cielo es un sitio demasiado lejano. El piso es superficie maquillada de polvo. Rubor del tiempo que no olvida su coquetería. Permanencia que me invita a irme. Sin embargo me quedo y espero. Los estantes arriba del fogón parecen metonimias del pasado. Marcas que no conozco en etiquetas de tarros que seducen moho. Esto está lejos de ser ciencia ficción. Sospecho que el futuro respira lejos de esta cocina. Escucho un ruido. Algo se desliza por el piso a una velocidad imposible. Por el pasillo que une la cocina con el comedor veo aparecer una figura. Persona en segunda instancia de mi visión. Edad incalculable. Las arrugas en su cara inmediatamente se vuelven metafóricas. No hay especulaciones. Cualquier posibilidad es una moneda tirada a una fuente sin agua. Camina como sobrevolando el piso y su peso parece desafiar la gravedad del lugar. Bajo la vista para no incomodarla pero mi curiosidad es más fuerte que mis respetos hacia algo. Su figura es fantasmal, pero me gusta. Empiezo a pensar que los azulejos refractan una especie de aura. La composición de su cuerpo es casi espectral. Un espectro que se sienta a mi lado, me agarra las manos y me ofrece té. Le digo que no y vuelve a insistir. Su voz es un hilo de marfil amarillo. Me quiero ir pero su presencia termina por gustarme. Nunca nadie me había ofrecido té antes de preguntar mi nombre. Mis manos siguen entre las suyas. Si las nubes acariciaran piel sería algo parecido a esto. Mi amigo sigue en el cuarto de arriba, siento el piso crujir sobre nosotras. Me levanto y me suelto. Atravieso el pasillo mientras pienso que no me despedí. Vuelvo despacio y la veo. Sigue sentada allí y me queda mirando con ojos chiquitos. No dice nada y yo tampoco. Fragmentos de silencio. Ya no estoy tan segura de querer irme.

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11 febrero 2007

Huéspedes

Es un autito de metal pintado con esmalte rojo. He notado que sólo los juguetes tienen ese tipo de pintura y asumo que en otros objetos carece de utilidad. Supongo que por algo son juguetes y no cosas en miniatura.
Mi cintura se transforma en una rampa improvisada. Veo su cara y no puedo distinguir la diversión obsecuente de un niño del gesto en trance que solo un hombre tiene. El autito es casi una extensión de sus dedos y me recorre sin prisa de carreras. En picada y sin frenos llega hasta ese lugar donde la geografía, centro de azúcar y de acero, marca el principio de otro ascenso. Mi piel, ahora erizada, provoca un accidente. El autito cae en el colchón, lo agarro y observo sus terminaciones. No me dan ganas de devolverlo. El cuarto no es mío ni los juguetes que hay en él. Somos tan solo huéspedes en una fantasía robada. Estiro los brazos sobre mi cabeza, arqueo la cintura un poco más no sin antes asumir el riesgo. Él sólo me mira. Pongo el autito sobre mis rodillas.

Lo dejo caer.

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