Huéspedes
Mi cintura se transforma en una rampa improvisada. Veo su cara y no puedo distinguir la diversión obsecuente de un niño del gesto en trance que solo un hombre tiene. El autito es casi una extensión de sus dedos y me recorre sin prisa de carreras. En picada y sin frenos llega hasta ese lugar donde la geografía, centro de azúcar y de acero, marca el principio de otro ascenso. Mi piel, ahora erizada, provoca un accidente. El autito cae en el colchón, lo agarro y observo sus terminaciones. No me dan ganas de devolverlo. El cuarto no es mío ni los juguetes que hay en él. Somos tan solo huéspedes en una fantasía robada. Estiro los brazos sobre mi cabeza, arqueo la cintura un poco más no sin antes asumir el riesgo. Él sólo me mira. Pongo el autito sobre mis rodillas.
Lo dejo caer.