Escrito en la ventanilla

V:-“¿No es curioso cómo la vida deviene en melodrama? Lo es todo, la perfecta entrada, la gran ilusión, lo es todo, y voy a armar un buen espectáculo. Verás, han olvidado el drama, abandonaron sus textos, cuando el mundo se marchitó bajo las candilejas nucleares. Voy a recordárselo. El melodrama. Los folletines y los seriales. Verás, el mundo entero es un escenario y todo lo demás... es vodevil”

22 octubre 2006

Cazador solitario


Desde aquí escucho el ruido de la batidora que mi madre acaba de encender en la cocina y pienso en las grandes posibilidades que tiene el aparato de convertirse en una arma de destrucción más- iva.

En verdad no me acuerdo bien, pero hace mucho leí un cuento de Ray Bradbury llamado “La multitud”. Alguien era atropellado y en seguida se amontonaban en torno a su cuerpo mal herido decenas y decenas de ojos. Su soledad maltrecha se acrecentaba rodeado de personas. Multitud, sociedad, grupos y una inmenso retraimiento personal que se sufre más que estando solo.

El ruido de la batidora sobrevive a mis intentos vanos de aproximar recuerdos a la memoria. Siempre hay algo intrusivo en todo lo que uno no elige. Es la otredad (solo quería escribir esta palabra, suena tan importante!) lo que nos hace cómplices de la nada, ese postre perfecto que ayuda a digerir el guiso del disturbio interno.
“El hombre es un ser social por naturaleza” es la primera oración que aparece en el desgastado libro de Derecho de Vescovi. Hace varios años tuve que estudiarlo bajo presión porque fue la penúltima materia que me quedó pendiente antes de dar el salto a la escatología del uni-verso.
Ser social por naturaleza. La naturaleza y el instinto son conceptos que generalmente tienden a ligarse. Habría que ver, pues, qué tan instintivo es el asentamiento mísero de una sociedad (ya sea primitiva o evolutiva, después de todo da igual. El tapa rabos sigue existiendo como rito aunque el mito sea otro). Una vez dentro de ella, todos sabemos, es casi imposible tratar de sortear las normas que convencionalmente (y simpatizo poco con esta palabra) se nos han impuesto. Parece una visión un tanto trillada, es cierto, pero me quiero referir a aspectos más sutiles. No es que quiero dinamitar el parlamento al mejor estilo V. El “instinto” ha sido traicionado. Todo se reduce de pronto a un tablero del Ludo, en donde la máxima aventura consiste en ir en línea recta hacia adelante para depositarte estáticamente en algún otro lugar. Llega tu turno y tirás los dados sabiendo que el azar no te promete nada.

A veces me veo obligada a traicionar el estado de ánimo. La tristeza, por ejemplo, es un sentimiento individual, o mejor, debe serlo. El grupo tiende a cotizar la alegría, no los estados críticos. Tristeza, melancolía, son sentimientos vetados por el grupo. El aparato social condena todo lo que tenga que ver con los “malestares del espíritu”. La tristeza no es eficiente ni mucho menos productiva. El sujeto se ve obligado a dejar “los problemas afuera” cuando entra a cumplir una jornada laboral que no hace más que contribuir a su desdicha.

La tristeza es un estado de ánimo que se purga solo y resulta incómodo no disimularla. Incómodo para uno, que termina exponiendo los titulares de todas sus miserias; incómodo para los demás: nadie está preparado para que le respondan “mal, ¿y vos?” a la previsible y oxidada pregunta de “¿cómo estás?”

Hay pocos sentimientos cómplices. Estoy por empezar a respetarme los estados de ánimo. Un poco triste, es cierto. Disculpen la incomodidad de mis palabras. La batidora sigue prendida.

|
Weblog Commenting and Trackback by HaloScan.com