Escrito en la ventanilla

V:-“¿No es curioso cómo la vida deviene en melodrama? Lo es todo, la perfecta entrada, la gran ilusión, lo es todo, y voy a armar un buen espectáculo. Verás, han olvidado el drama, abandonaron sus textos, cuando el mundo se marchitó bajo las candilejas nucleares. Voy a recordárselo. El melodrama. Los folletines y los seriales. Verás, el mundo entero es un escenario y todo lo demás... es vodevil”

29 diciembre 2006

Para ser en movimiento, quedaron bien.

A continuación les ofrezco un cuento realizado y entregado descaradamente a modo de parcial. Si leyeron los cuentos “Por qué bailamos”, “Visor” y “De qué hablamos cuando hablamos de amor”, del libro homónimo de Carver, advertirán el artificio que traté de construir. Si no leyeron esos cuentos no os preocupéis, léanlo igual. Advertencia: carece de toda moraleja. Con ustedes, el cuento que Carver nunca escribió:
Antes de subirme al auto estacionado en la calle, me volví y observé el tejado de mi casa una vez más. A mi alrededor el piso estaba lleno de piedras, piedras de todos los tamaños pero ninguna que superara en diámetro la palma de una mano de niño. Allí, mirando las piedras en el piso no supe si reírme de mí mismo o empezar a considerarme una mala persona.
Estaba llegando tarde pero era algo que en el fondo no me importaba demasiado ya que desde hacía algún tiempo, había empezado a tener la convicción de que la puntualidad era un secuaz invisible de un mecanismo que quisiéramos desarmar. Sin dudas ya estoy llegando demasiado tarde, pero cuando le cuente a Mel y a Terri lo que me sucedió hace apenas un rato, el enojo por mi impuntualidad habrá quedado atrás dejando lugar a la anécdota entretenida, la imprescindible aliada del que no tiene algo mejor para decir.
Le costó encender su viejo auto, pero finalmente lo logró. La casa de Mel su mejor amigo que a su vez era el mejor amigo de Nick, estaba situada a uno veinte minutos. Ya había resuelto que la impuntualidad no sería motivo de discusión por lo que se tomó su tiempo para recorrer las calles del barrio antes de tomar la autopista. Lo único que le generaba un poco de conflicto era pensar que tal vez si llegaba demasiado tarde la ginebra prometida se habría acabado. Sin embargo prefirió confiar en la elocuencia de Mel, su amigo, el cardiólogo que se definía a sí mismo como “un cirujano del corazón o lo que daba igual, un mecánico” frase que siempre le había parecido la muestra más gratuita de su falsa modestia. Todos podemos vivir con el auto roto sin llevarlo a reparar, pensó. El corazón es otra cosa y al fin y al cabo, llamándoles cirujanos del corazón o mecánicos, ambos terminan siendo imprescindibles. Ahora que lo pensaba mientras manejaba tranquilamente por el barrio, esa conclusión desterraba del discurso de Mel sus tácitos esfuerzos por aparentar ser una persona, digamos, más o menos común. Mel podía salvar una vida, él no. Eso ya era suficiente.
Al dar vuelta en la siguiente esquina observó que sobre la mitad de la cuadra había una venta de garaje por lo que disminuyó más la velocidad. En el camino de entrada a la casa vio una caja de cartón con tazas, vasos y platos envueltos por separados. Pensó que él, al menos que necesitase hacerlo por razones de fuerza mayor, nunca expondría lo que alguna vez habían sido los objetos de su intimidad ante una serie de desconocidos sedientos de ofertas. Cuando pasó por delante de la casa algo le llamó la atención. Se oía música y dos hombres bailaban con una chica entre los muebles de segunda mano. Aminoró tanto la velocidad para observar la escena con detenimiento que el auto se apagó justo frente a la entrada. Notó que la chica, que en ese momento bailaba pegada a un hombre mayor que ella, lo miró incomodada al tiempo en que le dijo algo a su compañero de baile. Éste dio vuelta la cabeza para mirarlo y luego hizo un gesto con la mano como restándole importancia al hecho de que alguien estuviera observándolos. Mientras trataba de encender el auto pasó por su mente el visor de la cámara de fotos al que había estado mirando hacía un rato nada más. La gente está mirando todo el tiempo, pensó, mientras continuaba su camino. Hay una necesidad de mirar y ser mirado y los fotógrafos vendrían a ser los últimos bastiones del sentido visual. Gracias a ellos la vista permanece. Miró las fotos desperdigadas en el asiento del acompañante y soltó una carcajada al imaginar la cara de Mel cuando se las mostrase.
Ya se encontraba en otro barrio y notó cómo la luz del sol empezaba a mostrarse más tenue con el correr de la tarde. Finalmente llegó a casa de Mel. Tocó a la puerta y tratando de ver hacia adentro por la pequeña ventana, notó que la casa estaba completamente a oscuras.
- ¿Cómo estás?- le preguntó Terri animada- que gusto de verte.
- Disculpas por la tardanza- dijo el recién llegado- mientras Terri lo escoltaba camino a la cocina.
Laura, la novia de Nick, o sea, el mejor amigo de Mel que a su vez era su mejor amigo, había prendido la luz y se había sentado nuevamente junto a la mesa. Apenas vio a su amigo, Mel se paró un poco borracho y le dio la bienvenida con un fuerte abrazo.
- ¿Estaban a oscuras?- preguntó mientras saludaba con un beso a Laura y a Nick
- Digamos que un poco pero has venido con la revelación que buscábamos, ¿no?- dijo Mel, provocando la risa de todos los presentes.
- Perdón por llegar tan tarde...
Mel lo interrumpió comunicándole que se había terminado la ginebra. En la mesa había una botella vacía y cuatro vasos, uno volcado. Mel invitó a su amigo a sentarse junto a ellos, mientras que Terri estaba parada frente al fogón preparando las galletas con queso que Laura le había pedido.
- ¿Por qué llegaste tan tarde? – preguntó Mel- Ya resolvimos que al final no, pero teníamos previsto ir a cenar, ¿te acordás?
- Sí, me acuerdo. No es por excusar mi impuntualidad pero lo que me pasó hoy fue algo bastante extraño.
- ¿Extraño?- preguntó Mel con curiosidad.
- Sí, extraño, no encuentro otra palabra. Escuchá esto- dijo, mientras apoyaba arriba de la mesa unas fotos con la imagen hacia abajo-. Acababa de hacer café y estaba preparando la ropa que iba a ponerme después de bañarme... bañarme temprano para llegar temprano, claro está, ¿no? De pronto me tocan la puerta. Dejo la cafetera en la cocina y atravieso el corredor. Un hombre sin manos de aspecto corriente, exceptuando los ganchos cromados, quería venderme una fotografía de mi casa.
- ¡No te puedo creer! –Interrumpió Mel
- Eso no es nada. Lo primero que atiné fue a preguntarle cómo había perdido las manos.Laura y Nick se rieron y Terri sentenció:
- No tenés respeto por nada, siempre igual.
- Lo cierto es que no me respondió, entonces lo hice pasar y le ofrecí una taza de café, sólo por la curiosidad que me generaba ver cómo agarraba la taza con los ganchos. Me preguntó si podía ir al baño, no sin antes mostrarme la foto que había sacado de mi casa. Agarré la foto: un pequeño rectángulo de césped, el camino de entrada, el cobertizo de los coches, la escalera principal, el ventanal y la ventana de la cocina desde donde había estado mirando. Me pregunté para qué iba a querer yo una fotografía como aquella, cuando de pronto me acerqué un poco y vi mi cabeza allí dentro tras la ventana de la cocina. Me hizo pensar, el verme así de ese modo. Lo digo en serio, es algo que le hace pensar a uno. Estás inmerso en tu rutina y de pronto es la mirada de otro la que te hace verte a vos mismo como nunca lo habías hecho. Cuando venía para acá me estacioné delante de una venta de garaje a ver cómo un chico miraba baliar a la que probablemente fuera su novia con un tipo mucho mayor. Yo los vi y ellos me vieron. Me pregunto qué hubiera pasado si les tomaba una foto y después se las ofrecía. Bueno, como sea, la cuestión es que el hombre sin manos usó mi baño, y yo lo vi acomodarse y subirse el cierre del pantalón. Me preguntó si finalmente le compararía la foto. Yo ya había decidido que no sólo le compraría esa, sino que, si llegábamos a un buen acuerdo, le compraría todas las fotos que pudiera sacarme en ese momento.
- Son esas, ¿no?- preguntó Terri- señalando el montón arriba de la mesa.
- Así que empezamos la sesión. Salimos al jardín, ajustó el obturador y me dijo dónde debía situarme. Una vez que me hizo veinte fotos las consideró suficientes pero a mí se me había ocurrido que me sacara unas arriba del tejado. Entonces me subí. Una vez arriba encontré un montón de piedras, de esas que tiran los niños con intención de embocarlas en la chimenea. Le grité “¡¿preparado?!”, entonces agarré una piedra y esperé a que el hombre me tuviera en el visor.
- ¿No me digas que le tiraste una piedra?- Preguntó Terri
- Ahí tenés la prueba- le contestó, mientras le arrimaba las fotos sobre la mesa.
- Para ser en movimiento, quedaron bien- dijo Terri que ahora se las mostraba a Mel.
- ¿Y después qué pasó?- preguntó Nick
- Nada. Me di cuenta que se me hacía tarde para venir, le pagué las fotos y se fue. Pero esperen que tengo más evidencia- dijo-mientras sacaba un arrugado papel del bolsillo.
- ¿Qué es eso?- Preguntó Terri
- Un poema que escribí a propósito de la ocasión
- ¡Un poema!- dijeron Terri y Mel casi a coro.
- Si....bueno, acá va:
Un hombre sin manos
Llamó a mi puerta
Le dije algo indecoroso
Y él me respondió:
“si pudiera darte una piña
juro que lo haría”
Lo invité a pasar.
Le ofrecí café
Me dijo:
“Sé tan amable de
dármelo en la boca”
Le manché su camisa
Y me disculpé
Él dijo:
“No hay problema,
continúa con el asunto”
Un hombre sin manos
Llamó a mi puerta.
Le dije algo indecoroso
Pero igual quiso pasar.
-Todo un poeta- dijo Mel irónicamente.El recién llegado esperó a que todos terminaran de reír y luego preguntó:
- Solo por curiosidad, ¿de qué hablaban hoy cuando llegué?
- No querrás saberlo. Hablábamos de amor.
Nunca entendió el silencio que sobrevino a las risas.
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