Escrito en la ventanilla

V:-“¿No es curioso cómo la vida deviene en melodrama? Lo es todo, la perfecta entrada, la gran ilusión, lo es todo, y voy a armar un buen espectáculo. Verás, han olvidado el drama, abandonaron sus textos, cuando el mundo se marchitó bajo las candilejas nucleares. Voy a recordárselo. El melodrama. Los folletines y los seriales. Verás, el mundo entero es un escenario y todo lo demás... es vodevil”

16 junio 2008

Museo

En la puerta del museo oceanográfico siempre hace frío. Es como si en ese punto de la cuidad el viento decidiera no rendirse nunca. Muchas veces me refugié entre las inmensas columnas que lo sostienen y fui, por momentos, una solitaria reina de ajedrez sobre baldosas en blanco y negro. La estructura, que parece haber sido construida por algún excéntrico capricho, se levanta en medio de la calle justo entre lo que alguna vez se llamó “la curva de la muerte” y el cementerio del Buceo. Lo curioso es que la modesta majestuosidad del edificio se disipa al entrar. Adentro los pasillos devuelven un eco de mar muerto que rebota en los grandes ojos de peces disecados. Entonces la presencia del océano se vuelve inverosímil tras recipientes de cristal que contienen latidos de cartón. En el museo oceanográfico los niños juegan a las escondidas y los funcionarios van detrás de ellos barriendo risas y envoltorios de caramelos. Las maestras miran la hora porque ya conocen a los bichos de memoria, mientras que otras personas piensan a dónde van a ir cuando se apague la penúltima luz. Salgo con una de ellas. Vamos dejando atrás los pasos que se traga el eco del museo y una vez afuera miramos el agua. Me despide con un gesto y lo veo cruzar la curva rumbo a las rocas. Con la bufanda cubro la mitad de mi cara y miro mis manos que ya están muy frías. Cruzo la curva y me siento cerca de él. “¿Te gustan los peces?” me pregunta. Antes de contestar le ofrezco un cigarro y prendo uno pensando en los latidos de cartón. “Estos no”, respondo. Un rato después el sol comienza a ocultarse justo detrás de la torre del museo como en un atardecer de cuento fantástico. Ya casi no hay luz cuando al alejarme me doy vuelta y veo su espalda.

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