Escrito en la ventanilla

V:-“¿No es curioso cómo la vida deviene en melodrama? Lo es todo, la perfecta entrada, la gran ilusión, lo es todo, y voy a armar un buen espectáculo. Verás, han olvidado el drama, abandonaron sus textos, cuando el mundo se marchitó bajo las candilejas nucleares. Voy a recordárselo. El melodrama. Los folletines y los seriales. Verás, el mundo entero es un escenario y todo lo demás... es vodevil”

13 mayo 2008

Te gusta estar intrigante, bueno, eso es importante.

Al principio no me di cuenta. El hecho de la vidriera sobrevino algunos meses después. Cuando lo vi por primera vez algo inquietante en él me llamó la atención. Estaba recostado contra una pared, iluminado intermitentemente por un foco desatendido del centro de la cuidad. Fumaba en ese momento, y su pose me hizo pensar en íconos en blanco y negro de los años cincuenta. Lo miré fijo durante algunos segundos y luego me perdí entre la gente. La relación comenzó un poco después. Algo en sus ojos me hacía pensar en la posibilidad de un inminente final, pero sin embargo sus palabras, fieles intentos de correspondencia, contrarrestaban de algún modo mi impresión. Un día empecé a advertir que los espejos ejercían en él una influencia considerable. Mi protagonismo de mujercita prodigando encantos comenzó a desvanecerse a la par de su propia imagen. En un primer momento, y tratando de generar en torno al hecho una cierta comicidad que desmitificara su insipiente narcisismo, empecé a llamarlo Dorian. Claro que automáticamente me convertí en la Sybil de un teatro en ruinas. Fue una mañana, al despertarnos, cuando advertí su primera transformación. Exhibían sus ojos la rigidez de un pájaro sin alas, con un brillo especial que solo podía remitirme a mis antiguos muñecos de la niñez. Su piel, antes pálida y opaca, de apoco fue adquiriendo un brillo plastificado y sus extremidades fueron perdiendo su articulación natural. Su casa la había convertido en una habitación de espejos, laberintos que le devolvían a cada paso el nuevo cuerpo en que se había convertido. Un día me fui y no quise volver. Pero regresé mucho tiempo después y él ya no estaba. Los espejos tampoco. Ayer lo volví a ver. Detrás de una vidriera, inmóvil y brillante, casi como una réplica sin aura de James Dean. Me acerqué para verlo de cerca. De su ropa colgaban cartelitos. Cada uno tenía un precio.

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