Escrito en la ventanilla

V:-“¿No es curioso cómo la vida deviene en melodrama? Lo es todo, la perfecta entrada, la gran ilusión, lo es todo, y voy a armar un buen espectáculo. Verás, han olvidado el drama, abandonaron sus textos, cuando el mundo se marchitó bajo las candilejas nucleares. Voy a recordárselo. El melodrama. Los folletines y los seriales. Verás, el mundo entero es un escenario y todo lo demás... es vodevil”

04 abril 2008

Un hombre puede llorar

Me contaron de un hombre que no conocía sus propias lágrimas. Sabía que en muchos momentos tuvo ganas, pero jamás tuvo la posibilidad de experimentar la sensación física y visible que provoca todo llanto. Nació con un problema en los lagrimales, aspecto no menor que determinaría luego algunas cuestiones significativas de su vida. Un día conocí al hombre sin lágrimas. Tenía los ojos azules, y tan secos como un mar de collage hecho por un niño. Y el hombre sin lágrimas resultó ser un hombre triste. De esos que no necesitan expresar ningún tipo de penas, sino que las exhiben sin saberlo, como quien lleva un papel burlón pegado en la espalda. Creo que nunca supo que llegué a intuir su tristeza. Un día llegó a contarme que una novia lo había dejado argumentando que su ausencia de llanto era una excusa. Me dijo que la quería de verdad, pero como ni siquiera pudo llorar en el momento de la despedida, lo único que obtuvo de ella fue algún que otro insulto y un “no te quiero ver nunca más” más grande que su resignación. Me dijo que cuando la vio alejarse desde la puerta de su casa hacia la esquina supo que estaba llorando su llanto invisible. Se sentía tan mal que se tocó la cara con la esperanza de sentirla húmeda. Pero no. Sus pestañas seguían ahí, tan secas e inmutables como siempre. Una noche nos encontramos y era yo la que en esa ocasión estaba triste. Recuerdo que lo abracé y le dediqué a su hombro un llanto profundo, de esos con ruidito. Cuando nos separamos mi cara rozó la suya y mi pelo y mis lágrimas se quedaron enredados en su barba insipiente y áspera. Mientras yo buscaba un pañuelo para limpiar la escena del crimen, él solo me miró y me dijo: “es la primera vez que les siento el gusto”. Entendí que era un momento importante, así que no dudé en convidarle todas las lágrimas que me pidió.

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