Escrito en la ventanilla

V:-“¿No es curioso cómo la vida deviene en melodrama? Lo es todo, la perfecta entrada, la gran ilusión, lo es todo, y voy a armar un buen espectáculo. Verás, han olvidado el drama, abandonaron sus textos, cuando el mundo se marchitó bajo las candilejas nucleares. Voy a recordárselo. El melodrama. Los folletines y los seriales. Verás, el mundo entero es un escenario y todo lo demás... es vodevil”

14 julio 2008

He shot me down

Volví a brillar. Estoy entre sus manos otra vez. Me gusta como me toca y puedo sentir aunque parezca improbable, que tiene experiencia con las de mi tipo. Me gusta, aunque sé que me va a usar una vez más sin preguntar si estoy o no de acuerdo. Hace unas semanas me subió al auto y me tiró sobre el asiento del acompañante. Desde la ventanilla abierta el viento entraba y me enfriaba de a poco. Y él manejaba muy rápido, dejando atrás a los insectos luminosos de la carretera, y de vez en cuando me miraba y aquellos ojos solo podían hablarme de algo parecido al amor o al miedo. Luego estacionó en algún lugar. Abrió la puerta del auto y me agarró. Sentí su aliento en mí, desesperado. Luego, como un péndulo imposible me dejó colgando entre sus dedos y violentamente me refregó su ropa. Nada quedaba ya de él en mi, cuando escuché desde debajo de la tierra donde me había enterrado, el ruido del motor que se alejaba. No tardó en regresar a buscarme. Todos tenemos miedo de dejar nuestras huellas a la intemperie, incluso yo. Volvió a encontrarme. Volví a sus manos. Abrió la puerta del auto y me guardó en al guantera aún sabiendo lo mucho que me molesta ese lugar común. Desde ahí y con el auto en marcha lo escuché hablar por teléfono con alguien. Repitió una dirección al menos dos veces y luego cortó. Un rato después estacionó y antes de bajar me dio un beso de suerte que lejos estaba de una despedida. Dejó el auto prendido, esperándonos. En la farmacia todos miraban con temor mi radiante plateado entre sus manos de pulso desafiante. Unos minutos después el auto volvía a arrancar. Desde el asiento del acompañante le dije: “esta noche no tengo ganas de matar a nadie”. “No puedo prometerte eso” respondió, mientras volvía a esconderme, una vez más, en ese lugar encantador que queda entre el bajo de su espalda y el borde de su pantalón.

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