Escrito en la ventanilla

V:-“¿No es curioso cómo la vida deviene en melodrama? Lo es todo, la perfecta entrada, la gran ilusión, lo es todo, y voy a armar un buen espectáculo. Verás, han olvidado el drama, abandonaron sus textos, cuando el mundo se marchitó bajo las candilejas nucleares. Voy a recordárselo. El melodrama. Los folletines y los seriales. Verás, el mundo entero es un escenario y todo lo demás... es vodevil”

28 setiembre 2007

Muy buenas noches Cuidad Inmortal.

Pasaron siete años desde la última vez que viajé a Buenos Aires. En aquella ocasión todavía no había cumplido los dieciocho, razón por la cual mis padres tuvieron que ir de apuro a tramitar el permiso de menor. Finalmente viajé. El motivo no era otro que ver a Bunbury. Y no solo lo vi en concierto presentando el Pequeño Cabaret Ambulante, sino que me di el gusto de subir los veintitrés pisos del hotel Panamericano y conocerlo personalmente, entrevista de por medio.
Descubrí a Héroes de Silencio cuando ya hacía dos años que se habían separado. Me acuerdo que esa mañana mi hermana se levantó antes que yo y antes de irse del cuarto puso un disco que le habían prestado. Escuché entonces desde la cama los primeros acordes de La Sirena Varada y fui directo a encontrar el disco para saber de qué se trataba. Cuando vi la foto que acompaña el arte de tapa de El espíritu del vino recuerdo que me reí de aquellos tipos sobrecargados con postura de roqueros barrocos. Sin embargo volví a poner play. Yo en ese entonces tenía quince años, y lejos estaba de saber que mi gusto por los héroes se extendería hasta hoy. Gracias a ellos me entero que Bunbury es un nombre artístico extraído de una obra de Oscar Wilde lo que me lleva indefectiblemente al El Retrato de Dorian Gray, libro que está entre mis preferidos. Me acerco a los poetas malditos y descubro que Las flores del mal es uno de las cosas que salvaría si mi casa ardiera en llamas alguna vez. Entonces un día mis padres me tramitan el permiso y me voy a ver a Bunbury con la convicción adolescente de cumplir un sueño.
Siete años después un amigo me comenta al pasar que se juntaban los Héroes. Desestimé sus palabras argumentando que posiblemente se trataba de un rumor. Pero no era un rumor. La única banda que había sobrevivido en mis preferencias el paso de diez años se juntaba y tocarían en Buenos Aires en setiembre. En marzo compré las entradas, y esa certeza se convirtió en mi reserva de alegría en un año de esos que una considera olvidable, excepto por algún que otro motivo.
Así que el pasado diecinueve de setiembre me fui con un gran amigo a la reina del plata con la entrada en el bolsillo y una emoción que ni un escultor de palabras podría moldear. Buenos Aires es una ciudad increíble. Con un ritmo que agobia pero que atrapa al mismo tiempo. Mientras esperaba en cada cebra para cruzar la calle, no llegué a ver un dinosaurio proyectado en una pantalla de tecnología inaccesible, pero nunca dejé de sentirme un personaje de Lost in Traslation. Entonces empezás a comprender por qué los porteños no pierden la capacidad de asombro en su propia cuidad. La hospitalidad y la onda de la gente hacen que recuerde cada cara con la que interactué. En un bar me echaron delicadamente porque estaban cerrando. Sin embargo al otro día volví y la moza que se acordaba de mi me ofreció sus disculpas y una recompensa. Modestamente le pedí un vaso de agua, y me regaló uno con gas. El agua es cara en Buenos Aires.
Vas caminando por la feria de San Telmo, en donde todos los precios están pensados para ser pagados en euros y de pronto te encontrás con una mina que sostiene un cartel: “abrazos gratis”. Entonces fui y la abracé. Y fue un abrazo lindo acompañado por una sola frase: “que estés bien”. Entonces seguís caminando con la energía de un auto de fórmula uno que paso por los boxes. Y el abrazo de un desconocido no te hace sentir como un extraño.
Y de pronto me meto en un mercado de pulgas y por fin encuentro el póster de Pulp Fiction que vengo buscando hace años. Voy y lo compro sin pensarlo, y cuando me estoy yendo la dueña del lugar se me acerca y me obsequia un imán de Pulp Fiction a tono con el póster. Todavía faltaban unas cuadras para el abrazo gratis, pero el gesto ya me había dejado más que contenta.

Entonces llegó mi gran noche. En Buenos Aires las distancias son largas, motivo por el cual tardamos en llegar al Club Cuidad una hora en taxi. Y los tacheros son como Sofistas motorizados que empiezan a desgranar un discurso corrosivo y sorprendente. El tipo que nos llevó a ver héroes abrió la conversación recomendándonos una calle en la que se podían encontrar objetos de audio a un precio accesible, por supuesto previamente robados. Y el tipo no paró. Un monólogo que se me figuraba stand up. “Kirchner corta el queso y unta el dulce, no sabés pa dónde mira el hijo de puta” “Maradona es una rata, mala gente. Es un secreto a voces” “Tévez es tan feo que cuando nació la madre le daba el pecho de espaldas” fueron algunas de las máximas que me acuerdo, entre todas las que nos regaló su verborragia con olor a gasoil. Y mientras iba escuchando todo eso, miraba el reloj con impaciencia porque en teoría faltaban diez minutos para el comienzo del recital y nosotros estábamos a 30 cuadras del mismo. Finalmente llegamos, y llegamos en hora. Agarré a mi amigo de la mano. Empezamos a caminar por las carreteras valladas entre la multitud y mientras dábamos pasos ansiosos toda la emoción que tenía acumulada se convirtió de apoco en un nudo en la garganta que derivó en un par de ojos vidriosos. Mi amigo en un momento me pidió que lo soltara porque le dolía la mano por lo fuerte que lo estaba agarrando. Entonces la multitud fue tapando los espacios vacíos del cubre césped, y mi silencio fue el cómplice de los miles de pensamientos por minutos que me venían a la cabeza mientras miraba aquel escenario vacío. En la previa pasaban música, y tuve el gusto de escuchar al hilo Girl you`ll be a woman soon, Where the wild roses crow de Nick Cave y London calling. Y de repente se apagan las luces y vuelvo a agarrar a mi amigo de la mano. Dos pantallas empezaron a proyectar la silueta de Juan Valdivia y Joaquín Cardiel con un tema sorpresivo para el comienzo de un show de héroes. Nada más y nada menos que El estanque. Y Bunbury apareció y cantó lo que tenía que decir. Las leyes salvajes que empañan mi huída. A esas alturas yo ya tenía conmigo la certeza de que tarde o temprano siempre me salgo con la mía. Mi perseverancia cuando algo me importa es una aliada que no mostró nunca las cartas. Y fueron pasando los temas, y la garganta de a poco me fue abandonando en proporción a la alegría que tuve durante más de dos horas y media. Y de pronto La sirena varada. Y luego Bendecida, Deshacer el mundo, Con nombre de guerra, El camino del exceso, La carta, Oración, Maldito duende, Iiberia sumergida, Héroe de leyenda, Avalancha… pedí interiormente Tesoro y la tuve, pedí En brazos de la fiebre y cerraron con ella. Bunbury parecía no poder creer estar delante de tal multitud, tal vez acostumbrado a su etapa cabaret, no dudó en decir que Héroes siempre fue una banda teatral que se había gestado de hecho en un teatro. Y el tipo parecía distendido y habló mucho y contó cosas, y cuando se percató que la única disconformidad del público era a partir de un sonido bajo, calmó los ánimos retrucando: “pero yo canto fuerte”. El show se extendió por más de dos horas y media. Y cuando abandonaron definitivamente el escenario me quedé parada como una diminuta isla en medio de un río de gente que fluía hacia la salida. En ese momento no podía creer haber visto a los Héroes. No podía creer haber cantado cada una de las canciones mientras contemplaba aquel espectáculo. De Buenos Aires me traje ese tipo de recuerdos que uno podría narrar de forma anecdótica una y otra vez con la misma inquietud. Infinitas gracias Mayfly por haber sido un cómplice de lujo y por haber compartido toda la emoción. Ahora solo me queda brindar en silencio y emborracharme, de vino, de poesía o de virtud. En definitiva el camino del exceso debe conducir a algún lado.

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19 setiembre 2007

Todos mentimos bien los viernes por la noche

A veces me gustaría saber escribir canciones. Me gustaría que esas canciones fueran en inglés, será porque es un idioma que no domino como quisiera o porque tengo la sensación de que la misma letra escrita en inglés es precariamente superior a una escrita en castellano. De ahí mi extrañeza. Pero no sé escribir canciones, ni tampoco sé otro idioma. Por eso me tengo que conformar con imaginar un ajuste de cuentas con la idea de Babel. Entonces sigo escribiendo, con frecuencia desconfiando de la punta del lápiz que me ve venir y siento que sospecha. Lo apoyo sobre la hoja, firme como una niña que traza líneas de colores con furia de crayola. Hoy no puedo escribir relatos. No es cuestión de inspiración porque me gusta creer en que no creo en ella. Así que termino pensando que mi estilo se aburrió de mí. No me fuerzo. Tengo un libro ahí sobre la mesa que me está esperando hace días.

El libro se llama Héroes. Para empezar un buen título. El autor, Ray Loriga. Tiene nombre de protagonista de serie yanqui de principios de los noventas tipo Who is the boss? Sin embargo no deja de ser un nombre carismático. Empiezo a leer Héroes en una clase de literatura latinoamericana. Y cuando me doy cuenta el profesor ya está mandando la pausa, el corte. Yo sigo prefiriendo recreo. Afuera una compañera me pregunta “che, ¿qué leías? Seguro que El Facundo no era…se te veía contenta”. Y yo le contesto que no, que efectivamente estaba leyendo algo que dista lo suficiente de la literatura caudillesca rioplatense del siglo XIX. Entonces me pongo a hablar de Loriga, con la humildad y sabiduría que me acreditaban las 34 páginas que había leído. Cuando uno lee 20 páginas y cierra el libro ansioso por volver como cuando metés la pausa en medio de una película, es porque el libro es decididamente bueno, o al menos, tus grados de emoción están direccionados a su favor. Eso me pasó con Héroes. Una ficción breve y demasiado certera para estados de ánimo con forma de puzzle importado de Shanghai. Si bien el libro es una novela y como tal responde a un hilo conductor que hilvana los capítulos, éstos son tan breves y directos que se pueden leer por separado como una unidad en si. Una vez mirando la serie CSI como si se tratase de una epifanía catódica, descubrí de qué manera los tipos analizan las balas que se usaron con el arma en la escena del crimen. Para eso hay que meter el revólver en una especie de máquina que retiene la munición en un gel especial. Si un día me dispararan no quisiera que la bala me atraviese con velocidad de prueba. Así son los capítulos de Loriga. Trayectoria y forma en un solo tiro. La efectividad de esta novela se apoya sobre todo en el uso que el autor hace de cada frase, justificando a través de ellas la excelencia de un capítulo entero. Loriga no es la revelación de los años noventa, pero sabe frasear con la precisión de las buenas canciones.

De forma austera aparece la dedicatoria del libro: A Ziggy. Tengo un indicio y ni bien empiezo a leer me encuentro con sus nombres. Allí están Bowie e Iggy Pop y no serán la única vez que aparezcan. De inmediato me acuerdo de Kureishi o de Welsh y de toda la literatura que recurre al estado icónico del rock para generar un background o un anclaje de sentido. Entonces el protagonista de Héroes se convierte momentáneamente en un Renton sin Heroína, subido a la calesita de privaciones y deseos en la que se ha convertido su cuarto. Y sigo leyendo a Loriga. Aunque ahora ya voy más páginas y estoy en la clase de literatura latinoamericana y leyendo me dieron ganas de volver a escribir. Y pienso que Héroes es como una gran letra de The Velvet hecha novela y escrita en castellano. Y luego me doy cuenta que mi percepción no debe estar muy lejos de eso. El protagonista sueña con Lou Reed, pero es consciente en su propio sueño de que Lou Reed no tiene ganas de que nadie lo ande soñando.

Cruzamos los Estados Unidos sentados sobre un vagón de metro amarillo, no tardamos ni media hora. Saludábamos a los niños con la mano. Nos habíamos comido tantas anfetaminas que nuestras cabezas llegaban a las estaciones mucho antes que nuestros cuerpos. Todos tenían historias de amor tristes que contar. Lou Reed viajaba con nosotros, pero no nos hacía mucho caso. Él tenía sus propias historias. Alguien dijo: “deberíamos bebernos su sangre”. El tren iba tan deprisa que no podías escuchar tu corazón agitándose como un taladro neumático. Lou Reed ni siquiera se despeinaba, pero nosotros habíamos perdido nuestros sombreros. Uno dijo: “deberíamos joder con él” Lou Reed se había quedado dormido y soñaba uno de esos sueños extraños que se sueñan cuando estás dentro del sueño de otro. En su sueño el tren era aún más rápido y hacía ya tiempo que había salido de los Estados Unidos. El viajaba solo encima de su vagón de metro amarillo. Iba tumbado sobre el vagón soñando con escapar de mi sueño. Decía: Tío, no dejaré que me toques. He escuchado lo que alguno de los tuyos quería hacer conmigo. Yo le decía: no tengo nada que ver con eso. Pero él se enfadaba aun más y decía: Tío, este es tu sueño, este es tu jodido vagón de metro amarillo y estos caníbales colgados son tus amigos. Yo le decía: Si pudiera soñar lo que quiero, estaríamos tú y yo solos sentados en silencio como los niños que esperan ser amigos. El decía: eso está muy bien tío, suena muy bonito, suena como si llevaras diez años sin echar un polvo, puede que seas un buen chico, pero si todos los buenos chicos me metieran en sus sueños sería como estar muerto. Preferiría que bebieses mi sangre, me jodierais y acabaseis conmigo de una vez. Todos creéis conocerme bien, pero al final todos queréis que cante Walk on the wilde side con la boca llena de espaguetis. Mira chico, mejor déjame comer tranquilo y luego dime cómo coño se sale de aquí. Volé hasta Nueva York después de bombardear mi casa con anillos de plata, le arranqué una sonrisa a un policía que murió desangrado, le regalé una diana al tipo que consiguió matar al Papa, los abrazos de los míos me hacen sentir como un extraño, una vez soñé con Lou Reed, pero no puedo jurar que a él le gustase mucho estar en mi sueño.

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Todavía no aprendí a escribir canciones, pero me importa menos que al principio.

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01 setiembre 2007

Hierro 3

Entonces un día te despertás y mirás el fondo del vaso. Está vacío, no hay contendido, ni manchas, ni huellas. Está vacío como las sábanas de ahora, retazos de tela llana sin autitos estampados ni inmaculadas Sara k. Empezás a escribir en un papel que dejaste arrugado ayer de noche pero sabés que lo que no fue tampoco será hoy. Lo volvés a arrugar y lo tirás por la ventana. Fantaseás con la idea de que alguien lo encuentre y te imagine, teniendo como pista la única línea que llegaste a escribir. Tu seducción solo admite puntos ceros, limitaciones, epidermis. Pero sabés que no va a ser así. Sabés que nadie va a agarrar ese papel, sino que se va a juntar con el resto de la mugre que en esa ocasión pase por la vereda. Y sabés también que la frase que escribiste morirá contigo, como verdades absolutas de realeza medieval.

Las máquinas de humo nunca habían acaparado mi atención. Hasta ahora. ¿Cuál es la función de una máquina de humo? Un aparato relativamente pequeño, con un interruptor y un orificio por donde sale su producción. Voy a una fiesta y apenas entro la prenden. La máquina de humo es la sustituta del disfraz. Es la máscara del carnaval de Venecia… oculta, altera y seduce con egoísmo de cuidad sumergida. La máquina de humo no sirve para otra cosa que no sea convertirse en metáfora de sí misma. Si yo tuviera una máquina de humo en mi casa, apretaría el interruptor con frecuencia de estado de ánimo. Eso sí, si me dan a elegir, preferiría que el humo blanco tenga olor a duraznos. Si es a mandarinas, entonces me gustaría probarla en Francia.

La cajita de música se hizo pedazos el otro día. En esos momentos es cuando mirás al piso y te das cuenta que las cosas lindas son ciertamente frágiles. Entonces, mientras recojo los pedacitos de espejo y rescato a la bailarina con vestidito de terciopelo a cuerda, decido que nunca más voy a tener cosas tan lindas, porque tenerlas implica saber que se van a hacer mierda en el primer descuido. Ahora la bailarina me mira desde arriba de una repisa. A veces creo que siente pena, y a veces odio. Yo por las dudas la encierro bajo un vaso antes de irme a dormir. No vaya a ser que uno de estos días toda la belleza que alguna vez rompí intente vengarse solapadamente.

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