Escrito en la ventanilla

V:-“¿No es curioso cómo la vida deviene en melodrama? Lo es todo, la perfecta entrada, la gran ilusión, lo es todo, y voy a armar un buen espectáculo. Verás, han olvidado el drama, abandonaron sus textos, cuando el mundo se marchitó bajo las candilejas nucleares. Voy a recordárselo. El melodrama. Los folletines y los seriales. Verás, el mundo entero es un escenario y todo lo demás... es vodevil”

07 agosto 2008

Ella era tan encantadora

La primera y única Barbie que tuve en mi niñez me la regaló una vecina. Recuerdo que esperé con impaciencia su viaje de ida y vuelta a Australia. Un mes estuvo allá. Mi vecina sabía que si había algo que yo deseaba era una muñeca cuya masa corporal pesara un poco más que el plástico etéreo de mis muñecas de acción habituales. Mi amigas tampoco tenían Barbies por lo tanto nuestro universo lúdico consistía en acostumbrarse a la idea de la rigidez absoluta, porque si hay algo que caracteriza a una muñeca de acción es la total incapacidad de articulación que tienen sus miembros. Nuestras madres, casi solidarizándose con la causa pero sin descuidar el presupuesto familiar que obviamente no incluía visitas a Juguetería del Plata -“la súper juguetería-”, eventualmente querían solucionar el problema de nuestras duras muñecas y nos regalaban otras que nosotras considerábamos aún peores que las que ya teníamos. Eran como una especie de cuerpo cuyas articulaciones se encastraban en pequeños tornillos visibles que permitían una cierta movilidad. Está bien, solucionábamos ese detalle con las nuevas muñecas, ahora podíamos sentarlas en las pequeñas sillitas y sus pantorrillas quedaban perpendicular al suelo y no paralelas a él como antes. Pero lo cierto es que los tornillos de las sustitutas nos alejaban por completo de contexto delicado que queríamos construir para ellas, acercándonos más a la trastienda de un taller mecánico. Un día llegué tarde a la casa de mis amigas y como no había llevado mis propias muñecas me tocó jugar con la suplente. Una que nadie quería, una que siempre quedaba relegada en el reparto inicial de posesiones y roles. A la infortunada le faltaban los brazos. Tiempo después me enteraría que el hermano mayor de mi amiga se los había extirpado en un acto impune de hermano mayor.
El arribo de la Barbie australiana fue una alegría individual pero un problema colectivo. Porque mis amigas pronto empezaron a mirarla con resentimiento y creo que hasta la muñeca sin brazos llegó a sentirse amedrentada frente a la majestuosidad de la extranjera recién llegada. Un día percibí que mis amigas ya no querían jugar, hecho que me hizo reflexionar al menos el rato que duró la merienda de esa tarde. Al otro día aparecí ante mis amistades con mis antiguas muñecas baratas. “¿Y la otra?” me preguntaron intrigadas. “Se volvió a Australia” contesté, mientras la imaginaba adentro de su caja, a oscuras, en el último cajón de mi mesa de luz.

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