Escrito en la ventanilla

V:-“¿No es curioso cómo la vida deviene en melodrama? Lo es todo, la perfecta entrada, la gran ilusión, lo es todo, y voy a armar un buen espectáculo. Verás, han olvidado el drama, abandonaron sus textos, cuando el mundo se marchitó bajo las candilejas nucleares. Voy a recordárselo. El melodrama. Los folletines y los seriales. Verás, el mundo entero es un escenario y todo lo demás... es vodevil”

26 junio 2006

La música de la luz



Sofia Coppola va tener que esmerarse para volver a dirigir una película tan sutil como “Lost in translation”. “Perdidos en Tokio” es la traducción al castellano que, tal como estamos acostumbrados a soportar todos aquellos que vivimos del ecuador para acá, no significa exactamente lo que denota el título original. Este, acompaña la sutileza que propone la película, el segundo es nada más que la muestra más evidente del argumento. La traducción más literal podría ser, precisamente “Perdidos en la Traducción” en dónde esta última palabra es fundamental ya que le da el anclaje de significación a los planos connotativos de la historia.

“Lost in translation” es una película simple o que parece serlo, en donde lo relevante no es lo que se dice, sino por el contrario, lo que no se dice. Se trata de una película cuyo texto narrativo se construye sobre los silencios, en donde estos no actúan como bache del guión sino que son constitutivos del mismo. Se podría decir, en una interpretación psicocrítica que “la ausencia no es la falta, es la huella de todo aquello en cuyo lugar está el texto”[1].

Las dimensiones de la cuidad y su ritmo, sobre todo, acentúan ese “nopertenezcoaningúnlado” que Bob y Charlotte, los protagonistas (interpretados por Bill Murray y Scarlett Johansson, respectivamente) parecen tener escrito en un cartel invisible colgado del cuello. La película presenta varias situaciones en donde el lenguaje adquiere papel protagónico. Bob, es un actor veterano que viajó a Tokio para filmar un comercial de whisky. La escena de la filmación de comercial resalta sobre todo aquello que se pierde ahí cuando el idioma nos separa. En el medio, una traductora desesperada al no poder traducir lo intraducible, y un inmutable Bill Murray que parece resignarse ante la falta de un entendimiento que va más allá del set de filmación.

Sin dudas “Lost in translation” es una película en donde se habla poco y los relativos pocos diálogos que hay no son tan relevantes comparados con todo lo que no se dice. Al ser una película construida desde los silencios, es más importante lo visual (sin duda es certero el lenguaje cinematográfico que se vuelve tan evidente como la película lo requiere) y sobre todo lo gestual. No es arbitrario que Coppola haya elegido como protagonista a Bill Murray, un actor que nunca se olvidó de ejercitar los músculos de su cara para lograr, con un gesto elíptico, el motivo de toda una escena.

El vínculo que contraen Bob y Charlotte es tan sutil como la película lo permite, lo que produce que la cursilería se aleje por completo del universo que plantea la relación. Lo que en ésta pasa a un primer plano es una suerte de sensualidad descreída, que se potencia a medida que avanza la historia. Coppola crea la tensión entre ambos personajes y retarda el clímax (no tanto el de la película como sí el de los protagonistas) lo que resulta acertado, sobre todo porque la película no está pensada desde una perspectiva efectista. En “Lost in translation” el silencio es el revelador del fotograma, no oscurece la trama sino por el contrario, arroja luz sobre ella y la hace aparecer allí donde creemos no ver nada. Lo más rescatable es precisamente la amalgama que se logra entre los distintos niveles que implica el lenguaje cinematográfico. Está bueno que parezca una película en la que no pasa nada, pero que a su vez eso no se transforme en un sin sentido a la hora de evaluar el resultado final.

Luego de la despedida entre Bob y Charlotte, la última escena los vuelve a reunir. Algo había quedado por decirse. En secreto. Por supuesto. No imaginé un final mejor.
Lo siento, acá el asesino no es el mayordomo.

[1] Morales Ascencio, Helí. Escritura y Psicoanálisis. México: Siglo XXI, 1996

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