Escrito en la ventanilla

V:-“¿No es curioso cómo la vida deviene en melodrama? Lo es todo, la perfecta entrada, la gran ilusión, lo es todo, y voy a armar un buen espectáculo. Verás, han olvidado el drama, abandonaron sus textos, cuando el mundo se marchitó bajo las candilejas nucleares. Voy a recordárselo. El melodrama. Los folletines y los seriales. Verás, el mundo entero es un escenario y todo lo demás... es vodevil”

05 junio 2007

Postal

Cuando entran jamás me miran. Se quedan tras el mostrador distrayendo ojos incómodos que nunca dicen nada. Parados allí las agujas que cuelgan de la pared pinchan su paciencia y su ansiedad. Ningún reloj marca la misma hora. Atravesar la puerta es como sumergirse en un espacio sin tiempo. Desde mi tranquilidad supongo a la eternidad mientras agarro mis pinzas.

Todos se quejan del sonido, dicen que es ensordecedor. Imagino que lo perciben como aleteos de pájaros que no encuentran hogar. Nadie logra entender cómo no me vuelvo loco. Nunca terminé de comprender por qué motivo la cordura es la certeza de donde se parte. Si yo estuviera loco y ellos lo supieran, ya no vendrían a dejar su tiempo en mis manos, porque los locos, dicen, carecen de precisión. Ellos necesitan estructuras que solo yo puedo darles, pero puedo quitárselas como si fuera un dios que juega su juego sobre un paño tapizado de mecanismos imperceptibles. Agujas, ejes, días y noches que parecen ser mías. Impaciencia y apuro. Noción de fin.

Doce y cinco marca el reloj de madera antigua colgado en el extremo izquierdo. Tres y veinte el de metal que tengo entre mis manos. No sé qué hora debería ser, tan sólo me limito a poner en marcha el mecanismo. En este lugar sin referencias, la realidad es una flor muerta con pétalos aturdidos. Termino con el arreglo. La persona ajusta su tiempo en su muñeca. Quiere pagarme, pero no acepto. El trabajo fue demasiado sencillo. Me agradece y mientras abre la puerta de cristal veo como se aleja, escapando.

Me recuesto nuevamente contra el respaldo y doy pitadas a la misma pipa. El humo me hace salir golpes de sangre en ojos que me dan de comer. Sé que debo dejar de hacerlo. Sé que el humo me extrañaría.
De este lado de la vidriera percibo el mundo como si observara desde el interior de una fotografía. Ellas encierran el tiempo, no lo matan. Y ese encierro es un instante, un fragmento de tiempo sin tiempo. Para quienes pasan todos los días, debo ser una postal protegida por una capa dura y transparente. Y me pregunto si se reirán de mi y si es que alguien se ríe, todavía.

***
Inspirado en el capítulo II de El ruido y la furia de W. Faulkner.

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