Escrito en la ventanilla

V:-“¿No es curioso cómo la vida deviene en melodrama? Lo es todo, la perfecta entrada, la gran ilusión, lo es todo, y voy a armar un buen espectáculo. Verás, han olvidado el drama, abandonaron sus textos, cuando el mundo se marchitó bajo las candilejas nucleares. Voy a recordárselo. El melodrama. Los folletines y los seriales. Verás, el mundo entero es un escenario y todo lo demás... es vodevil”

09 mayo 2007

Filoso y áspero

La luz del pasillo tintinea como solo saben hacerlo algunas luces de pasillos sucios y solitarios. Justo al final estoy yo. El lugar es pequeño, es uno de esos sitios en donde uno tiene la permanente sensación de que las paredes dan pasos silenciosos y burlones con el solo fin de encontrarse unas con otras. Cuando siento eso empiezo a verme como un intruso en un lugar que nunca me tendrá como aliado. Es la permanencia metálica de la máquina de escribir que tengo frente a mí la que me recuerda que existe el sonido. Acá pocas cosas hacen ruido. La máquina y mi respiración. Por lo demás, es como si el mundo fuera una acuarela que se va desdibujando con gotas de una vaso que transpira y que no es de nadie.

Trac trac trac trac trac. La máquina y yo, un pasillo que me ve y mis latidos. Aseguro la puerta a mis espaldas. Escucho algo, otra cosa. Un sonido filoso y áspero. Las paredes parecen estar en el mismo lugar y sé que se ríen en secreto de mí. En el piso, asomado por debajo de la puerta veo el vértice de un papel. Es un sobre, un sobre con mi nombre. Detrás de la puerta no hay nada y la tenue luz sigue tan inconstante como hace un rato. Vuelvo a sentarme con el sobre en la mano. Corro la máquina y la dejo en un espacio que siempre está vacío. Es solo un sobre, pero tiene mi nombre y es de madrugada.

Una vez te vi hablando con alguien. Fue la única vez que te vi mover los labios. Bajé las escaleras y crucé la calle. Esperé que entraras. Alguien me insultó desde un auto porque crucé sin mirar. Disculpe, ¿sabe usted cómo se llama la persona con la que acaba de hablar?. No pregunté más nada. Solo quise quedarme con tu nombre. Onetti, fotos. Leí un cuento hace algún tiempo. Todos los días te veo. Sé que tirás el cigarro por la mitad y que lo pisás con el talón en un gesto delicado. Sé que tenés cara de tristeza, pero no sé si sos un hombre triste. También sé tu nombre. Quisiera hablarte pero algo me lo impide. Esto es una manifestación de existencia.

Dejé la carta al lado del sobre. La última frase estaba escrita con lapicera de otro color y trazo apurado. La luz del pasillo me dio miedo, hace mucho que no lo sentía.
Me pregunto cómo no escuché pasos. La leí otra vez. Esto es una manifestación de existencia. Sí que lo es. Ahora sé que alguien existe y mi soledad dejó de ser un sitio confortable.
Seguí la misma rutina en los días siguientes. Antes de entrar empecé a tirar el cigarro siendo consciente de mi gesto, antes imperceptible. Detrás de un vidrio clandestino, alguien aguardaba mi entrada agazapado, y la cuidad es grande y yo estoy solo.

Trac trac trac trac trac. Abrí la puerta. En el pasillo ya no hay luz pero sé que hay alguien. Dijo mi nombre. Ya no pude seguir escribiendo.

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