Escrito en la ventanilla

V:-“¿No es curioso cómo la vida deviene en melodrama? Lo es todo, la perfecta entrada, la gran ilusión, lo es todo, y voy a armar un buen espectáculo. Verás, han olvidado el drama, abandonaron sus textos, cuando el mundo se marchitó bajo las candilejas nucleares. Voy a recordárselo. El melodrama. Los folletines y los seriales. Verás, el mundo entero es un escenario y todo lo demás... es vodevil”

25 abril 2007

Adictivo

Apenas entramos conspiro contra la cordialidad del resto de los presentes. En mis bolsillos hay algunas monedas, yo sólo quiero encontrar los restos de un cinismo que nunca tuve. De mi estado de ánimo cuelgan, como telarañas en perfecta red, mis excusas más caras y más bajas. Él me mira, me lacera la piel con ojos que conozco desde siempre. No sé por qué me quedo. Tal vez me siento asustada, estoy debajo de mí. Afuera está lloviendo y adentro un poco más. Personas empiezan a rodearme y de forma automática me ofrecen copas que rechazo. Desde mi perspectiva son seres deformados de los que no me llegan más que sonidos inciertos. Comienzo a padecer el efecto de alguna sustancia que todavía no ha ingresado en mi cuerpo. Escucho sus voces como si hubiera metido la cabeza dentro de una enorme pecera y los veo a través de una lupa fabricada en el País de las Maravillas. Presumo que me siento mal. Empiezo a buscar aire como un animal busca su presa. Todavía tengo la piel lastimada. Desde el rincón se mece, desde el rincón me mira. Está triste por mí y supongo que loco de él. Afuera está lloviendo, debajo de mi estoy. Me deslizo en la noche hacia el viejo zaguán. Respiro bocanadas de humedad y por un momento me siento satisfecha. Provisionalmente estoy a salvo. Si estiro los brazos la lluvia me roza la piel y alivia el ardor. La gente pasa a mi lado y empiezo a creer que mi alivio es un espejismo nocturno e imposible. No quiero encontrarlo pero sé que sus ojos me alcanzan desde el mismo rincón. Prendo un cigarro y exhalo el humo dejando partículas de mí en el aire. Solo un pensamiento persistente y filoso. Perdimos el invicto, miseria de todo jugador, néctar adictivo de todo espectáculo. Ahora mi propio show me parece un fastidio. Hipnótica bailarina vendiendo lo que tiene a cambio de miradas carentes de valor.
La historia es inconclusa: no hay un final feliz, tampoco un final trágico por el que lamentarse. En el zaguán me quedo, está lloviendo mucho. Desde adentro él se mece y se inyecta en la noche a través de mí.

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16 abril 2007

Días Extraños

Lunes a la tarde. Tarde de navidad. Miro a Lunes y mientras lo hago comienzo a sentir un fuerte dolor en el estómago. Estoy empezando a sentirme realmente mal. Lunes. Hijo deforme de dos criaturas anómalas. Sábado y Domingo se conocieron en un cabaret. Uno era prostituta de escaparates sucios, el otro, tan sólo un borracho sin promesas que ofertaba sus minutos a cambio de besos con sabor. Sábado y Domingo se prometieron amor un poco después. Se largaron de allí corriendo, como intentando escapar de un hervidero de días cristianos. Noche de bodas, ritual. Falta poco para el desprestigiado nacimiento. Sábado es cansancio y vértigo. Piel transpirada previa llegada de cazadores nocturnos. La madrugada es eso, madrugada. Domingo envidia y maldice, pero sigue seduciendo con su viejo y viciado repertorio. Sábado se entrega, entero, desmembrando sus horas, bigeminándose en. Y ahí estoy yo. Meciendo la cuna del lunes a la tarde. Observando su deformidad y sus manitas que se estiran como queriendo alcanzar mi cuello. No se duerme Lunes y yo corro hacia el baño para no vomitar encima de su cuna.

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03 abril 2007

Ya no me mires, Lou.

El techo no me devuelve nada, ni siquiera el murmullo ritual de los insectos. Estoy a oscuras. Ahora ya no. Todo está en el mismo lugar. Nada cambió en el cuarto. Yo también estoy en el mismo lugar. Vaso de agua con partículas. Un libro y un cuaderno sobre una moquette que odio en ocasiones. Nuevamente una hoja en blanco y mis ganas de joder al pensamiento en madrugada. Lou Reed me mira fijo desde una tapa tan gris como esta noche. Sé que no puedo escapar de ese par de ojos.
Miro hacia dentro de una televisión en blanco y negro y veo saltar un ser diminuto que me saluda con cortesía y desesperación. Se parece a mí. Tenemos exactamente el mismo arco en la cejas, ese quiebre que divide una expresión enojada de otra que no. O ella es una construcción a escala o yo soy una gigantografía en el lugar equivocado. No sé cual es la réplica. No sé quien fue primero. ¿Hace cuánto que estás ahí? - le pregunto. -El día que vos me metiste-, me responde. Busco el control remoto y no lo encuentro. Encerrada en el tiempo he perdido el valor. El botón de encendido no funciona y el silencio dejó de ser hermético. Pongo una tela encima de la tele. Ahora es tan sólo una silueta delineada con trazo apenas perceptible. Convertida en una sombra china ella ya no me alcanza. La tela, un retazo de algo que no es suficiente porque deja filtrar su vocecita. El pensamiento es dócil a la invasión de la ira. El corazón es tirano al relinchar sobre la poca calma que me queda. Un susurro finito sobrevive. I’ll be your mirror. Lou Reed sigue mirándome y yo tengo los ojos tan abiertos como él.

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